Arcane es una serie que logró algo excepcional: tomar el universo de League of Legends y darle vida a través de un world-building narrativo profundamente inmersivo. La primera temporada nos transportó a un mundo donde la magia y la tecnología chocan como motores de conflictos políticos y sociales entre las ciudades de Piltover y Zaun. Con personajes maravillosamente construidos, la serie logró conectar emocionalmente con la audiencia, haciéndonos amar (y sufrir por) cada uno de ellos.
La segunda temporada retoma la historia justo donde quedó, con una ambición evidente en sus tramas y conflictos. Sin embargo, el formato de 9 episodios no fue suficiente para abarcar los arcos narrativos planteados. Muchos de ellos quedaron apresurados y con falta de contexto, que con su complejidad ideológica bien podrían haber abarcado otra temporada completa.
Sospecho que la decisión de hacer esta la temporada final vino de restricciones externas, posiblemente de Netflix, lo que afectó un tanto el ritmo y desarrollo de la serie, dejando la sensación de que Arcane tenía aún mucho más por ofrecer.
A pesar de estas limitaciones, sigo creyendo que es una de las mejores series animadas jamás hechas. Su impecable calidad artística y narrativa la convierten en una obra inigualable, capaz de atraer tanto a los fanáticos del juego móvil como a aquellos que nunca lo han jugado.